Como armonizar la oración con el combate de la vida Se
escucha a la gente decir, yo no tengo tiempo para orar…aunque quisiera
no tengo un momento para detenerme… es muy difícil por todas las
obligaciones que tengo…es tan difícil orar…
¿Qué hacer entonces?
Para
armonizar la oración con el combate de la vida, hay que considerar que
la fe y la vida con Dios será una aventura del espíritu, donde se
empieza por dejar de lado las reglas del sentido común, los cálculos de
probabilidades, la búsqueda de explicaciones, para entrar a través del
propio mundo interior, al mundo de la fe pura y desnuda.
Será
necesario, en primer lugar buscar espacios de silencio, de estar a solas
para mirar dentro de uno mismo. Sabemos que no es fácil, pero si
hacemos ejercicios adecuados para calmarnos y dejar fuera el mundo
exterior de ruidos y distracciones que perturban la quietud y nos roban
la paz, estaremos avanzando en este camino.
Si además estamos
tensos corporalmente, es conveniente “soltar” esas acumulaciones
nerviosas pues producen un encogimiento que nos lleva a un estado
general de alerta y desasosiego. Conseguido ese estado de paz y
tranquilidad, el último paso hacía el mundo del espíritu es silenciar el
mundo mental, esto es lo más difícil y decisivo. Todo recuerdo o deseo
debe desaparecer, como si pudiéramos en un instante borrar una pizarra
escrita.
Es este mundo exterior, tanto corporal como mental, el
que impide el encuentro fecundo con Aquel que nos ama
incondicionalmente. Realizar estos ejercicios de silenciamiento
previamente a la oración es un proceso crucial para los agitados días de
hoy, recomendable para la mayoría de las personas.
La manera de
orar que proponemos para alcanzar una oración profunda y transformadora
es aquella conversación en la que se habla con un amigo desde la
intimidad, que nos permite vivenciar ese trato de amistad a solas con
quien sabemos nos ama. Es nuestra propia vida la que le confiamos y así
como a un amigo le contamos nuestros asuntos, también llegamos a la
presencia de Dios con toda una carga de dificultades y problemas.
Este
encuentro con Dios pone en marcha un motor generador de fuerzas
internas, y bajo su influjo vamos vislumbrando los combates que se nos
presentan día a día, y nos vamos llenando de la mansedumbre, la
paciencia y la aceptación que hemos recibido de Él en ese diálogo cara a
cara. Él nos ayuda a ver lo esencial y a dejar pasar sin protestar los
sucesos que no lo son, dándonos siempre la posibilidad de optar
libremente como actuar. Escuchar a Dios en la intimidad nos alegra el
corazón, nos enseña a disfrutar y agradecer lo bueno en nuestra vida.
La
vida nos va presentando nuevos escollos que muchas veces
sobrellevaremos con dificultad, pero teniéndolo a Él como amigo
incondicional, sabemos que cada día podemos volver a nutrirnos de ese
encuentro vital que nos restituye las fuerzas perdidas en el combate. De
esta manera vamos entrando en un círculo de amor que va de la vida a la
oración y de la oración a la vida. Por eso podemos decir que la oración
nos lleva del encanto de Dios al encanto de la vida.
Dios es
novedad, en este trato intimo nuevas y originales luces aparecen en
nuestro firmamento llenando de sentido nuestra vida. Esta experiencia de
oración y vida con Dios es absolutamente original, nadie más tendrá la
misma experiencia; para cada persona es diferente y original porque se
hace a solas. En las cosas del espíritu no se pueden “saber” las cosas
si no se han experimentado, “solo se sabe lo que se ha vivido”, nos dice
san Francisco.
Ven, te invitamos. Comencemos otra vez. Padre Ignacio Larrañaga.