domingo, 1 de septiembre de 2013



 

         

             Como armonizar la oración con el combate de la vida

Se escucha a la gente decir, yo no tengo tiempo para orar…aunque quisiera no tengo un momento para detenerme… es muy difícil por todas las obligaciones que tengo…es tan difícil orar…

¿Qué hacer entonces?

Para armonizar la oración con el combate de la vida, hay que considerar que la fe y la vida con Dios será una aventura del espíritu, donde se empieza por dejar de lado las reglas del sentido común, los cálculos de probabilidades, la búsqueda de explicaciones, para entrar a través del propio mundo interior, al mundo de la fe pura y desnuda.

Será necesario, en primer lugar buscar espacios de silencio, de estar a solas para mirar dentro de uno mismo. Sabemos que no es fácil, pero si hacemos ejercicios adecuados para calmarnos y dejar fuera el mundo exterior de ruidos y distracciones que perturban la quietud y nos roban la paz, estaremos avanzando en este camino.

Si además estamos tensos corporalmente, es conveniente “soltar” esas acumulaciones nerviosas pues producen un encogimiento que nos lleva a un estado general de alerta y desasosiego. Conseguido ese estado de paz y tranquilidad, el último paso hacía el mundo del espíritu es silenciar el mundo mental, esto es lo más difícil y decisivo. Todo recuerdo o deseo debe desaparecer, como si pudiéramos en un instante borrar una pizarra escrita.

Es este mundo exterior, tanto corporal como mental, el que impide el encuentro fecundo con Aquel que nos ama incondicionalmente. Realizar estos ejercicios de silenciamiento previamente a la oración es un proceso crucial para los agitados días de hoy, recomendable para la mayoría de las personas.

La manera de orar que proponemos para alcanzar una oración profunda y transformadora es aquella conversación en la que se habla con un amigo desde la intimidad, que nos permite vivenciar ese trato de amistad a solas con quien sabemos nos ama. Es nuestra propia vida la que le confiamos y así como a un amigo le contamos nuestros asuntos, también llegamos a la presencia de Dios con toda una carga de dificultades y problemas.

Este encuentro con Dios pone en marcha un motor generador de fuerzas internas, y bajo su influjo vamos vislumbrando los combates que se nos presentan día a día, y nos vamos llenando de la mansedumbre, la paciencia y la aceptación que hemos recibido de Él en ese diálogo cara a cara. Él nos ayuda a ver lo esencial y a dejar pasar sin protestar los sucesos que no lo son, dándonos siempre la posibilidad de optar libremente como actuar. Escuchar a Dios en la intimidad nos alegra el corazón, nos enseña a disfrutar y agradecer lo bueno en nuestra vida.

La vida nos va presentando nuevos escollos que muchas veces sobrellevaremos con dificultad, pero teniéndolo a Él como amigo incondicional, sabemos que cada día podemos volver a nutrirnos de ese encuentro vital que nos restituye las fuerzas perdidas en el combate. De esta manera vamos entrando en un círculo de amor que va de la vida a la oración y de la oración a la vida. Por eso podemos decir que la oración nos lleva del encanto de Dios al encanto de la vida.

Dios es novedad, en este trato intimo nuevas y originales luces aparecen en nuestro firmamento llenando de sentido nuestra vida. Esta experiencia de oración y vida con Dios es absolutamente original, nadie más tendrá la misma experiencia; para cada persona es diferente y original porque se hace a solas. En las cosas del espíritu no se pueden “saber” las cosas si no se han experimentado, “solo se sabe lo que se ha vivido”, nos dice san Francisco.

Ven, te invitamos. Comencemos otra vez.
Padre Ignacio Larrañaga.