jueves, 14 de noviembre de 2013

HOMILIA DEL HERMANO CAPUCHINO MIGUEL ANGEL ARIZ, VICARIO PROVINCIAL,EN EL FUNERAL DEL PADRE IGNACIO LARRAÑAGA.

En este día domingo en que Jesús resucitó y venció a la muerte, nos hemos reunido para celebrar la Pascua de Jesús y la Pascua de nuestro querido hermano Ignacio Larrañaga. Estamos reunidos como una gran familia, en torno a Jesucristo resucitado, presididos por  nuestro arzobispo, venidos de muchos lugares, de toda América Latina…
 Acabamos de escuchar el evangelio de este domingo, en el que Jesús se encuentra con el publicano Zaqueo, que lo recibe con alegría en su casa, acoge su mirada, su Palabra: “hoy quiero hospedarme en tu casa”,  experimenta  la misericordia de Dios, y su vida cambia.

 Nuestro hermano Ignacio Larrañaga conoció también a Jesucristo; acogió su mirada, su Palabra; Jesucristo se apoderó de su corazón, hasta  convertirse  en el centro de su vida, la pasión  de su vida. Experimentó la misericordia de Dios, como Zaqueo, y dedicó su vida entera a comunicar esa Buena Noticia que le llenaba el corazón: el amor, la misericordia del Padre: “Si conocieran al Padre…” repetía una y otra vez… Por eso recorrió tantos lugares del mundo, escribió libros, habló con esa pasión que le caracterizaba. Parafraseando a Aparecida podemos decir que conocer a Jesucristo fue lo mejor que le ocurrió en la vida, y darlo a conocer a los demás fue su alegría más grande.

 Conoció a Jesucristo ya en su hogar. Su mamá, María Salomé, una mujer piadosa, solidaria con los pobres, le  enseñó  rezar en su lengua vasca. Su papá, Mercelino, no era tan rezador, pero tenía una veta mística, que Ignacio heredó. Ese conocimiento de Cristo fue creciendo en los  años de iniciación a la vida capuchina y preparación para el sacerdocio. Ignacio quería ser “capuchino, misionero y santo”. No todo fue fácil, Ignacio era un niño tímido, que apenas sabía hablar castellano cuando entró al seminario de los capuchinos. Al mismo tiempo, era piadoso, idealista, soñador y romántico.

 Ignacio quería ser misionero en tierras lejanas. Tuvo que esperar 6 años, en que se dedicó a acompañar como organista en San Sebastián y Pamplona. A veces iba a confesar y predicar a algunos pueblitos. En uno de ellos, cuando tenía 29 años tuvo una experiencia que podríamos llamar “mística”: en una noche se sintió inundado por la ternura de Dios Padre. Ese acontecimiento, nos cuenta él, marcó su vida y su manera de relacionarse con Dios. 

 Con 31 años llega a Chile. Realiza misiones en los campos. Es párroco en esta parroquia. Al mismo tiempo que consejero provincial. Participó activamente en la gran misión de Santiago. Es el tiempo del concilio Vaticano II, que Ignacio, como tantos, lo vivió intensamente, como una verdadera primavera.
 Como respuesta a la invitación del concilio de volver a las fuentes, el Hno., Ignacio, junto con otros franciscanos, da vida al Centro de estudios Franciscanos y Pastorales para A.L. (Cefepal), creando una fraternidad que estaba formada por Franciscanos y Capuchinos. Nuestro Hno. Ignacio se dedicó con tesón a la renovación de la vida franciscana, dando charlas y jornadas de oración y fraternidad en toda A. L.,  España y Portugal.

 En ese tiempo ocurrió algo que fue decisivo en su vida, y que Ignacio lo vio como providencial. Cefepal iba viento en popa…Con todo, Ignacio vivió un tiempo de crisis profunda. Fue entonces cuando se retiró periódicamente a la montaña, exactamente al Cajón del Maipo, por medio día, día entero y al fin una semana…haciendo lo que después llamaría un tiempo de desierto, para estar a solas con Dios…Oró con los salmos, con el Evangelio…Gritaba como Francisco en el Alvernia: “Tú eres el bien, todo bien, sumo Bien, Dios vivo y verdadero”. Vivió el silencio, con María, la humilde y servidora. Vivió el abandono: Padre, me pongo en tus manos…Haz de mí lo que quieras. El nos cuenta que fue una verdadera “terapia intensiva” que le sanó…Dios fue purificando su corazón para trabajar por el Reino.

 Años después dedicaría todo un mes de desierto en la Sierra de Gredos, en España, con la guía de S. Pedro de Alcántara, Teresa de Avila y Juan de la Cruz. Más tarde otro tiempo largo en los eremitorios franciscanos del valle de Rietti, en Italia.

 Dios fue trabajando en su corazón; lo fue transformando con el fuego de su amor. Fue de ese horno ardiente de su corazón purificado por el Espíritu Santo de donde brotó la gran misión que llevó a cabo Ignacio, en los Encuentros de experiencia de Dios, que desembocaron en los Talleres de oración y vida, que fue como la culminación de su misión.

 En su primer libro “Muéstrame tu rostro” y después en los encuentros de experiencia de Dios y en los Talleres Ignacio fue reflejando su experiencia de Dios. Acuérdense cómo nos decía: nadie se emborracha hablando de vino; es preciso beberlo”. No basta hablar de oración. No basta con hablar de Dios. Es preciso hablarle, y sobre todo, escucharle. Yo creo que por eso tuvo y tiene tanto eco nuestro hermano Ignacio, porque empezó viviendo él mismo lo que después nos invitaba a los demás. Bien sabemos cómo  se levantaba siempre muy temprano, y lo primero era estar a solas con el Señor. Ahí estaba la fuente.

 Su misión, en realidad, no era suya, sino de Dios. El mismo Ignacio, en la última página del libro “LA ROSA Y EL FUEGO” recordaba y se aplicaba a sí mismo la Florecilla en que Fray Maseo le pregunta a San Francisco de Asís: “por qué a ti, por qué a ti…Por qué toda la gente viene a ti…”. Y San Francisco le contesta: eso viene de Dios, que conoce a todos los hombres, y no encontró a nadie más inútil y pecador que yo. Po eso me eligió a mí, para que quedara bien claro que la obra es siempre de Dios.
 Nuestro hermano Ignacio ha sido un regalo de Dios para todos nosotros, y para tantas personas en la Iglesia. Ha sido un regalo de Dios para su familia, como lo podrían decir su hermana Mary Carmen, y su sobrino Miguel Angel, que están hoy con nosotros. Lo ha sido para nosotros los capuchinos de Chile y para toda la Familia Franciscana. Ignacio fue para nosotros un hombre de Dios, humilde y humano, cercano, celebrativo. Fue un regalo de Dios para  ustedes miembros de Talleres de Oración y Vida… El nos ha señalado a Cristo; nos ha invitado con pasión a ser personas de oración, para poder hacer fraternidad y trabajar por un mundo  más humano y con menos sufrimiento. El nos ha invitado a dejar que Dios sea Dios en nuestra vida.

 La hermana muerte lo encontró en plena misión, el domingo pasado, después de celebrar la última Eucaristía. Dios le regaló una muerte serena. Se quedó en el sueño, apoyando su mano en el rostro, como solía dormir. Dios le ha llamado junto a sí, y, al mismo tiempo, vive en nosotros.
 Como Francisco de Asís antes de morir Ignacio nos dice: “he concluido mi tarea Que el Señor les ayude a vivir la suya”.
 Les invito, hermanos, a preguntarnos cada uno: ¿qué me dice el Señor a través de este acontecimiento de la muerte de nuestro hermano? Este es un momento de pena y de gracia. De nosotros depende que acojamos el regalo de Dios, lo que Él nos quiere dar.  Así podremos decir con el Evangelio : “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.

 Termino con unas palabras que Ignacio pronunció en este mismo lugar cuando falleció el Hno. Camilo. El sentía que Camilo le decía: “ ustedes están tristes por mi partida como si me hubieran perdido para siempre. Se equivocan. Estoy vivo, pero de otra manera…Aquí no nos entendemos con palabras, ni siquiera con pensamientos. Simplemente, estamos presentes, unos a otros, “en Dios”. Aquí todo es transparencia. Ustedes están presentes a mí, pero de otra manera, y los veo como criaturas mucho más preciosas que lo que ustedes mismos imaginan…Aquí desconocemos lo que ustedes llaman tristeza o ansiedad. Vivimos eternamente en un mar de serenidad y calma. Es lo que el corazón humano soñó desde siempre…Deben saber otra cosa: aquí hay un río caudaloso que no sólo recorre de parte a parte el paraíso,, sino también las arterias de todos los que habitamos aquí. Y el río se llama Amor, y el Amor se llama Dios. ¿Cómo les diré? He llegado a mi casa. He llegado a mi Patria. Para siempre. Ya no hay exilio. Dios me tiene cautivado, infinitamente pleno y dichoso, como no se pueden imaginar”… Su hermana Mary Carmen lo dice con toda la sencillez de la fe: “Ignacio está en el cielo”, y habita en nuestro corazón y nos anima en el camino.

Fray Miguel Ángel Ariz.

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